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La Pinochada, la leyenda

La Pinochada de Vinuesa

Leyendas religiosas  Más información

La Pinochada  (CUADROS DE MI TIERRA)


UBICACIÓN DEL RELATO  flecha Vinuesa  |  "La Pinochada" de Vinuesa

≈ Por MARIANO GRANADOS

 

En la región agreste, pintoresca y poética de nuestros pinares, hay un precioso valle, por cuyo fondo serpentean las cristalinas aguas de dos ríos, que se unen en apretado abrazo al pie de un montón de casas agrupadas alrededor de una iglesia moderna y una picota antigua.

Divísase, desde las casas del pueblo, un puente romano primero, alegres praderas de esmeralda matizadas después, y cerrando el horizonte por todos lados, espesos bosques de pinos que con su verdor perenne desafían las abundantes nieves del invierno.

Vinuesa llámase el pueblo, cuya antigua importancia marca al viajero la cúspide de la jurisdiccional picota, y de Vinuesa se llaman el valle, el puente, los prados y hasta el pinar que desde el pueblo se divisa.

* * *

Los aficionados a revolver la historia o a referir lo que de generación en generación, por tradicional relato, se conserva, cuentan que Vinuesa y Covaleda, otra villa próxima, riñeron hace algunos siglos, pues la fecha va muy larga, sangrienta batalla que si fue origen de la enemiga con que desde entonces se miran los dos pueblos lo fue asimismo de las típicas fiestas de Vinuesa, que trato de reseñar en este articulejo.

Cuéntase que en aquellos tiempos en que la cruz del Redentor y la media luna del profeta se disputaban esta hermosa España, antes, mucho antes de que Boabdil llorase sobre su perdida Alhambra y acaso de que el Rey Santo hiciera ondear los estandartes de la Cruz sobre las torres de Sevilla, apareció entre Covaleda y Vinuesa una pequeña Imagen de la Reina de Cielos y tierra, escondida sin duda, por mano temerosa de los desmanes sarracenos, en el añoso tronco de altísimo pino.

Don tan apreciable y prueba tan marcada de predilección y de cariño de la celestial Señora, cosa era que valía la pena de ser disputada y ambos pueblos trataron de apropiarse la diminuta y desde entonces venerada Imagen.

Los tiempos no eran de discusiones académicas, ni aun de pleitos enrevesados de mayor cuantía sino de «garrotazo y tente tieso»; por eso, sin duda, decidieron las dos villas pinariegas disputarse por las armas la posesión de la Virgen aparecida, bautizada por el sitio de su aparición, con el nombre de «Virgen del Pino».

Riñóse con encarnizamiento la batalla; en la que chicos y ancianos, mujeres y hombres, tomaron activa parte y tanto y tan bien pelearon las huestes visontinas que por ellas quedó el campo y con el campo la posesión de la Imagen que, como joya preciosísima y celestial don ... colocaron en el altar mayor de su iglesia, puesto que aún sigue ocupando, haciéndola objeto de la mayor veneración y respetuoso y filial cariño.

Hasta aquí lo que la tradición encierra, y ahora el relato de cómo la victoria se sigue celebrando.

* * *

Ante todo diré que el pueblo se halla dividido en dos cofradías, la una bajo la protección de la Virgen del Pino, en la que sólo tienen entrada los que ya han dado ese gran paso de la vida que se llama matrimonio, y la otra que San Roque protege, de gente moza, alegre y divertida, amiga de fiestas y de bailoteos.

Tócales a éstos representar en el transcurso de la fiesta, el papel de los de Covaleda, de donde resulta que han de ser vencidos a fortiori por casados y casadas, perpetuos amos de la victoria.

Paso por alto los tradicionales refrescos de vino con azúcar y canela, con sus bizcochos correspondientes, la característica función de la vela, las danzas en el campo verde, recuerdo sin duda, de la alegría de los Visontinos después de alcanzada la victoria, y voy a ocuparme de la pinochada hermoso cuadro, título de este artículo y fiesta la más importante y agradable de cuantas Vinuesa celebra.

Es el día de San Roque, el sol comienza a levantarse perezosamente entre nubes de grana, semejante a mujer oriental que despereza su lánguido e incitante cuerpo entre tules sonrosados, tiñen los primeros albores de la mañana los verdes bosques de pinos y la brisa fresca, saturada de emanaciones balsámicas del pinar juguetea como cariñoso amante con los cabellos de las piñorras, arrodilladas a la puerta de la ermita del santo, formando apretado montón de ropas, sayas y de pañuelos de mil colores.

Termina la ceremonia y dirígese hacia el pueblo procesionalmente la comitiva, ondeando al aire los flexibles pinochos, armas obligadas de los combatientes. Aquella procesión de mujeres hermosas, vestidas con el característico traje de aquellas aldeas, llevando en la mano las armas que han de esgrimir en la plaza de la villa, bañada por los rayos del sol naciente, es de un efecto mágico admirable más propio del pincel que de la pluma.

Se llega a la plaza, bendice el sacerdote las armas, revolotean ambas capitanas las banderas de sus cofradías y comienza la lucha. Primero los hombres se buscan, se acosan y a cada encuentro, descargan sobre las rodelas sus viejísimos sables, después las mujeres imitan la pantomima y sacuden sus pinochos coronados por un verde plumero de menudas hojas sobre la rodela que sostiene un hombre. Todo esto con todas las inocencias de un simulacro de los tiempos primitivos, con todas las bellezas que puede ofrecer un cuadro cargado de luz y de vida.

De pronto el tambor redobla, suena el paso de ataque y sirven de rodelas los hombres, que sufren impasibles los pinochazos que sobre ellos descargan las bellas. Aquella confusión es deliciosa, aquel momento casi imposible de describir. Figuraos aquel ir y venir de sayas rojas, de blancos pañuelos de Manila, aquellas hermosas mujeres con el rostro encendido, palpitando el virginal seno, entreabiertos los rojos labios por una sonrisa, humedecidos los ojos por la emoción y derramando juveniles y alegres miradas, y comprenderéis el porqué los hombres dicen gracias a cada pinochazo, porque cada pinochazo es una caricia que, como dijo un poeta:

Sabe a regazo materno

o mejor a beso tierno

de púdica adolescente.

 

Cuando el ataque cesa, el tambor calla y el suelo cubierto de pinochos indica que la batalla ha terminado, se siente una especie de melancolía pues quisiera uno que aquel hermoso cuadro siguiera desarrollándose ante su vista por toda una existencia.

* * *

Un mes ha transcurrido desde que presencié la fiesta pinariega; años enteros pasarán sin que el hermoso cuadro se borre de mi memoria.

Y en esos tristes días del invierno, en los que un cielo plomizo deja caer menudas gotas de lluvia, que ráfagas de un viento helado llevan a estrellarse contra los cristales de mi balcón, mientras se oye el chapoteo de los escasos transeúntes en el barro de las calles, en esos tristes días en los que los árboles elevan al cielo sus ramas sin hojas como los descarnados brazos de un esqueleto implorando perdón, el recuerdo gratísimo de aquel abigarrado conjunto de sayas rojas y de verdes pinochos, de aquel cuadro respirando belleza, juventud y alegría bañado por los rayos del sol de agosto servirá de consuelo a mi espíritu abatido en esta pícara lucha por la vida y traerá hasta el fondo de mi alma dulces aromas del pinar y sonoros ecos de alegres carcajadas.

 

Más información

≈ NOTAS SOBRE LA LEYENDA


  • Se publicó este trabajo en Recuerdo de Soria. Segunda época, año 1891, número 2, págs. 76-78.
  • En la Revista de Dialectología y Tradiciones populares, tomo VI, cuaderno segundo, pág. 307, publicó Martín Brugarola un buen estudio histórico completo y la descripción de la fiesta de «La Pinochada en Vinuesa» (Soria), año 1950.

  •  • Recopilado y anotado por Florentino Zamora Lucas, Correspondiente de la Real Academia de la Historia.
  •  • El nombre de los pueblos concuerda con el que era utilizado en la época del texto.

 


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